Conferencia online para el Consejo consultivo de la ciudad de Barquisimeto 2019 / Inauguración del proyecto AULA CIUDAD
(I)
Estamos saturados de recomendaciones sobre nuevas posibilidades para mejorar las ciudades. La ciudad sostenible, la ciudad resiliente, la ciudad inteligente, la ciudad verde y, así, variados adjetivos de moda que nos hacen pensar que ya, listo, el problema lo tenemos de a tiro y lo resolveremos si aplicamos las nuevas tecnologías de la cuarta revolución industrial. Pero, al menos es mi percepción, esa inundación de adjetivos oculta los problemas a solucionar porque se superpone a la esencia del fenómeno que queremos abordar.
Últimamente he asistido a varios eventos cuyos títulos están titulados con las anteriores palabras. Es una manera de estar a la moda. Pero cuando escucho las ideas y las bases de la reflexión, se parecen a viejas propuestas de la planificación física urbana de la primera mitad del siglo XX, solo que adornadas con nuevas categorías. Con esta aseveración deseo formular una advertencia: no confundamos la gestión de los problemas de la ciudad con la adjetivación trivial de sus soluciones.
Entonces, para abordar la ciudad, deberíamos buscar nuevas perspectivas de entenderla para, en consecuencia, captar lo que en ella está pasando y, de allí, atrevernos, con modestia, a formular ideas para el mejoramiento de su manejo y gestión.
¿Qué es lo primero que se escucha, en general, en las ciudades del mundo? Ruido. ¿Es el ruido una variable para conceptualizar la ciudad? Puede ser. Depende de la referencia teórica desde dónde se le mire. En mi caso, veo a la ciudad como un fenómeno social complejo (Un sistema complejo dinámico), una creación humana, antes que nada, articulada por nuestra principal arma de sobrevivencia: El Lenguaje.
La ciudad es, desde la aparición de las primeras aldeas hace más de 10.000 años, el espacio donde se produce el intercambio de Ideas, cualquiera que ellas sean. Ideas en torno a la familia, sobre los amigos, acerca de los problemas que nos acechan y no podemos resolver (la escasez de agua, el empleo que no tenemos, la consecución de alimentos, etc), las relacionadas con nuestros gustos culturales y religiosos y así, todo tipo de intercambio humano que siempre girará alrededor de sus necesidades y expectativas.
Todo ese lenguajeo, que parece ruido, constituye la sustancia que articula a la comunidad humana y que, por desarrollo de larga historia, se ha ido resumiendo en un territorio concentrado, muy concentrado, que llamamos ciudad. Como dice Jorge Wagensberg, científico catalán, refiriéndose a la creatividad y las ideas “la respuesta está en la historia de la realidad y es pura termodinámica: nada que ignore el ruido del mundo se mantiene vivo por mucho tiempo…cerrar el paso a las ideas sólo trae malas noticias”
Ese ruido suele ser, aparentemente, caótico, sometido a una intensa diatriba pues la diversidad humana concentrada hace difícil los acuerdos. Pero en la ciudad han florecido los espacios para la vida, para el disfrute, para trabajar y para alimentarnos, todo ello como parte del ejercicio que los humanos estamos destinados a cumplir por la eternidad para la sobrevivencia de la especie.
Es decir, las sociedades humanas han transitado un largo camino de milenios hasta una gran concentración en ciudades pues allí es dónde se han logrado las mejores opciones para la vida, hasta nuevo aviso. Sin embargo, como sabemos todos, esas opciones no son homogéneas. Para utilizar un viejo y cómodo término sociológico y también político, en la ciudad se expresa, con toda su intensidad, la desigualdad entre los seres humanos pues el acceso a esas opciones no está al alcance de todos por igual.
Así pues, la ciudad que hemos construido en milenios, es una gran paradoja: es el mejor territorio para la vida y el más difícil para luchar, cuerpo a cuerpo, por la sobrevivencia. Más allá de la realidad física que podemos ver en mapas, cuantificar sus densidades, describir su topografía y analizar sus desplazamientos para formular planes y políticas urbanas, la ciudad es un animal vivo, lleno de tensiones y conflictos pero también de convergencias.
Ese ente vivo se ha movido al ritmo de los cambios en los patrones humanos de producir y distribuir los bienes. Desde las primeras ciudades y hasta ya comenzado el siglo XIX, estas se movieron al ritmo de la producción e intercambio de los bienes agrícolas. Era la base de la sobrevivencia. Solo apenas en el siglo XIX y a lo largo del XX, la fisonomía de la ciudad (y en consecuencia las formas de intervenirlas para mejorarlas) fueron de la mano de la novedosísima modalidad de procurarnos la existencia: la producción industrial en serie movida por la energía del carbono.
Pensemos bien esta idea: son sólo 150 años de construcción de esa ciudad, una minúscula parte de tiempo si comparamos con los más de 10 milenios de la anterior ciudad. este salto, desde la perspectiva de la teoría de la complejidad, podemos denominarla una Emergencia Sistémica. Fue un proceso de auto-organización sistémica que nadie decretó, que no tuvo un comando central que lo creara pero que surgió. Es una propiedad de los sistemas complejos dinámicos.
¿Qué significa? Sencillo. La lógica de la vida anterior, que poseía sus propias pautas, cambió radicalmente a otro sistema, con nuevas leyes que pasaron a regir las relaciones humanas. Todas las actuales ciudades del planeta, sin excepción, se gestaron y forjaron dentro de aquel paradigma.
Toda su planificación-término que por cierto apenas comienza a usarse en la tercera década del siglo XX-, estuvo basada dentro de esa lógica: ordenar los espacios para la vida dentro de los límites de ese ser viviente que surgía y pautar las conexiones entre el espacio de la familia (viviendas) con el espacio para producir (industrias, empresas) y el espacio para disfrutar (parques, centros comerciales, centros culturales), todos ellos cruzados por los medios de interconexión: calles, autopistas, trenes, tranvías, metros.
La normativa jurídica para planificar esa ciudad se originó en la primera mitad del siglo XX. La segunda mitad fueron variaciones sobre un mismo tema. Y, finalmente, las estructuras para administrar ese tipo de intervención que recayó en los gobiernos locales, también provienen de ese momento, de ese Sistema Complejo.
Ahora bien, estamos ante un problema teóricamente fascinante: las ciudades están hechas de la sustancia que se fraguó en los 150 años anteriores y, por lógica de los sistemas complejos, las pautas que las comandan están mineralizadas. Esto es: las administraciones locales aún están ancladas en aquélla planificación físico-urbana; las normas y reglamentos urbanos igual y, sobre todo, la mente de las personas que administran la ciudad; sus valores y costumbres, también permanecen allí.
Pero, ¿hay algún problema en que así sea? ¿Está pasando algo distinto que las hace obsoletas?
(II)
Sí. Si está pasando. El sistema complejo llamado ciudad está mutando. Las relaciones humanas se están transformando porque las bases para producir la sobrevivencia se están alterando. La unidad industrial, la empresa y la burocracia del siglo XIX y XX ya no representan el futuro del empleo y del sustento. Pero, sobre todo, las formas de comunicarnos y de interactuar, también están cambiando. Por lo tanto, las estructuras para pensar el futuro de la sociedad se encuentran alteradas. Entonces, ¿cómo definir mejor el problema que tenemos entre manos?
La sociedad humana en el planeta se encuentra en una Transición de Fase Sistémica, con interacciones que no conocíamos y que estamos tratando de comprender para continuar garantizando la sobrevivencia (de nuevo la sobrevivencia). Nunca se sabe cuánto tiempo llevarán estas transiciones pero, sobre todo, poco se sabe acerca de cuál será su fisonomía final; ellas son impredecibles. Lo que si es cierto es que habrá problemas distintos para los cuales, seguramente, no estamos preparados, pero que deberán enfrentarse como siempre se ha hecho: con la producción del conocimiento humano.
Y hablando de nuevos conocimientos, entonces, hay que afirmar lo siguiente: los sistemas complejos dinámicos como la ciudad, sólo podremos comprenderlos mejor con el procesamiento de masa de datos que den sentido al análisis del comportamiento específico de tal sistema.
Por ejemplo, ¿cómo podría entenderse la dinámica del trabajo en la ciudad sin procesar inmensas cantidades de datos sobre las formas del empleo, las calificaciones necesarias, el mercado laboral, las fluctuaciones de los salarios? ¿Y por qué interesa este tipo de información para la gestión de la ciudad? ¿No es ello función de un ministerio del trabajo o de la economía?
Lo mismo pudiera decirse respecto a las cadenas de valor que se están desplegando en una ciudad y sus relaciones con distintos puntos del planeta, a los efectos de entender donde se ubican las posibilidades de producción de riqueza y, en consecuencia, de ingresos para financiar el funcionamiento de la ciudad. De nuevo: ¿Esa función no debería pertenecer a una instancia burocrática del estado central, digamos un ministerio de desarrollo?
El asunto es que ahora, los que aspiran a administrar la gestión de una ciudad están obligados a conocer mejor que nadie la dinámica de ese sistema complejo: saber cuál es la dinámica del trabajo y el empleo, las formas productivas, los espacios homólogos con los cuales interactuar en el mundo, los niveles de formación de la masa de trabajadores y, en fin, manejar con propiedad una dinámica compleja que otrora le era indiferente.
Lo mismo puede afirmarse para asuntos de salud, de educación, de suministro de agua y energía, de vivienda, de valor del suelo urbano, de las preferencias culturales, de seguridad de la ciudadanía y, en fin, de aquéllos asuntos que forman parte de la vida y la sobrevivencia humana en la ciudad.
Por ejemplo, las endemias en una zona metropolitana ya no se pueden enfrentar a partir de protocolos provenientes de reportes tardíos originados en centros de salud. La evolución de la endemia es dinámica, cambiante, y los protocolos suelen ser rígidos, imprecisos y poco oportunos. Lo mismo aplica para la inseguridad y todo tipo de servicio público que supone interacciones complejas.
Evidentemente, con las normativas y herramientas del siglo XX es imposible enfrentar este nuevo sistema. Se requiere del manejo de masa de datos para comprender los fenómenos y aspirar a abordarlo con alguna probabilidad de éxito. Se requieren algoritmos asociados a inteligencia artificial.
(III)
¿Qué hacen las nuevas tecnologías de información? Manejan masa de datos que se procesan a través de algoritmos implícitos para deducir comportamientos de fenómenos complejos. Un algoritmo no es otra cosa que un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permiten hacer un cálculo y hallar solución a un tipo de problema. Esto es lo que están comenzando a ensayar algunos gestores de ciudad.
En materia de atención a los ciudadanos para el mejoramiento del acceso a los servicios, por ejemplo, las experiencias de New York y Chicago han sido destacadas como una novedosa experiencia en el manejo de masa de datos. En ambas ciudades se ha instrumentado el servicio de llamadas a través del 311. En New York ha emergido el Call Center de mayor envergadura de los Estados Unidos. Y Chicago lo ha convertido en el servicio con mayor capacidad predictiva en la solución de problemas específicos.
En la gestión de Helsinki, la consolidación del proyecto de salud basado en las Tics en una realidad. La masa de datos que se requiere procesar para contar con la historia médica de los ciudadanos y sus necesidades en esta materia, ha sido posible sólo con el concurso de las universidades, los agentes sociales y las empresas de tecnología, en enlace con el gobierno local.
Esta ciudad se ha convertido en una de las más innovadoras del planeta. Allí también se desarrolla el proyecto de bibliotecas manejadas con robots e impresión en tres dimensiones, interconectadas por la red digital de la ciudad y entre varias ciudades de Finlandia.
En Medellín, para hablar de ciudades de estas latitudes, recién se inauguró el Centro para la Cuarta Revolución Industrial, a través del cual se introducirán las tecnologías de cuarta generación, con énfasis en la Inteligencia Artificial, la robótica y el internet de las cosas, aplicadas, a su vez, a la ciudad.
En Nairobi se está creando Silicon Savanah, un espacio que albergará proyectos con nuevas tecnologías para el manejo de problemas de la ciudad y de naturaleza económica, especialmente los relacionados con empresas de innovación. En la India también han llegado los proyectos de ciudad centrados en las nuevas tecnologías. Destaca el de Palava, multimillonaria inversión que pretende cambiar el patrón tecnológico en el manejo de una ciudad.
Serían largas e interminables las experiencias en marcha que están adoptando la gestión centrada en las nuevas tecnologías de la información, la inteligencia artificial y la robótica. Es una realidad que llegó para quedarse.
Ahora bien, ¿se resolverán así todos los problemas de la ciudad, es decir el de sus habitantes? Por supuesto que no. Se está configurando un nuevo sistema complejo que encierra nuevos retos pero también nuevos problemas.
El más importante de ellos es la tendencia visible a la distancia de acceso a la información entre los habitantes de la ciudad. La metropolización de las mismas ha conducido a la fragmentación (fractalización la llaman algunos) de los espacios de la ciudad. Ya esta no es lo que era hace medio siglo. Es un fractal. Es una estructura disipativa que avanza sin que pueda controlarse desde una unidad de administración. Posee una dinámica propia.
Sus componentes representan una diversidad dentro de una unidad sin límites fijos El comportamiento de cada grupo, segmento o sector de la ciudad, posee una doble cualidad: los une las expectativas en el acceso a una mejor vida y la confianza colectiva en el futuro pero, en el otro lado, les separa el acceso diferencial a la concreción de esa mejor vida. Dentro de ese relato transcurre la sociedad de hoy en las ciudades de planeta.
Se discute sobre el impacto en la brecha que generaría el acceso a las tecnologías. No ya tanto al manejo de un teléfono inteligente, sino a los servicios que se proveerán a través de la robótica o de la biotecnología. Amén de las diferencias preexistentes en materia de acceso a servicios públicos básicos como el agua o la energía.
El asunto de la desigualdad de acceso es un viejo tema en la dinámica de las sociedades modernas. Tiene que ver ya no con tecnologías duras, como las aludidas, sino con innovaciones blandas-como les llamaba Norbert Wiener-. La gestión de la ciudad no solo trata de la introducción de las nuevas tecnologías, aunque debemos reconocer que ellas están para facilitar la vida a las personas, especialmente en materia de optimización de los bienes públicos.
Ella trata del manejo de las expectativas colectivas que son las que determinan, en última instancia, el grado de satisfacción del ciudadano respecto a sus administradores pero también al entorno donde desempeñan su vida. Sin duda, una ciudad con mejor ambiente, acceso al transporte público, a servicios de agua, energía, recolección de desechos y seguridad, hacen una notable diferencia.
Pero la insatisfacción colectiva de las sociedades humanas marca la pauta de la historia moderna. De allí que, en materia de vida en la ciudad, habrá que estar en sintonía con tales insatisfacciones.
Esta realidad nos lleva a otro asunto de primordial importancia en la gestión de la ciudad. Es el referido a los derechos, la democracia y el reconocimiento de la diversidad. Ustedes preguntarán, ¿qué tiene que ver todo ello con la gestión de la ciudad? La respuesta es simple: la mayor complejidad de la ciudad son las interacciones humanas, la búsqueda de acuerdos y la procura de solución de los conflictos, todo articulado por intermedio del lenguaje. Es la materia prima diaria de la vida en comunidad.
Esta naturaleza no ha cambiado desde que apareció el Gen del lenguaje y con él la Sociabilidad hace más de 1 millón de años. Ese gen no ha cambiado. Está presente en nuestras relaciones. Pero la intermediación en esas relaciones se ha transformado en un sistema de gran nivel de complejidad, con un alto grado de componentes disímiles, con divergencias a veces irreconciliables y con capacidades sociales de bajo nivel de intermediación. De esto trata el manejo de la gobernabilidad y, especialmente, la gobernabilidad democrática.
Por supuesto que la gestión de la ciudad tiene que ver con este asunto ¡¡, de profundo significado para la creación de confianza en el futuro, que es la marca de origen de las relaciones modernas. ¿Por qué la gestión de la ciudad está involucrada en ello?, porque es en ese espacio, tendente a la fractalidad, que transcurre el intercambio de las ideas que concurren en el conflicto o en el acuerdo.
Y advierto, y con esto termino esta conversación, que el tratamiento de este asunto que resulta ser del mayor interés para nuestras vidas, no ocupa el centimetraje que sí lo tiene el uso de las nuevas tecnologías en las administraciones de la ciudad.
Por lo general, pensar en los inventos blandos del ser humano (como la creación de acuerdos) es de menor atractivo para el público, sobre todo para aquél vinculado con los temas de gestión urbana que, por lo general, se forma en centros de estudios urbanos en los cuales todavía prevalece una visión físico-espacialista (y ahora tecnológica) de los problemas territoriales.
Creo que hace falta una buena dosis de entrenamiento en esta complejidad: la complejidad sobre las ideas acerca de la diversidad humana y la necesidad del reconocimiento por las vías democráticas.
Espero que estas breves palabras, inacabadas por demás, puedan servir para trabajar nuestras ciudades.